De bajones y subidones

Cuando un equipo de baloncesto sufre un bajón, suelen coincidir factores físicos, técnicos y anímicos. Y cuando goza de un subidón, también, que diría un Pero Grullo de la pelota gorda. El bajón más comentado de nuestras competiciones de clubes -que no el único: ahí está el Estudiantes, hundiéndose paulatinamente en la clasificación- ha sido el del Real Madrid, con esas tres derrotas caseras consecutivas en Euroliga y Liga Endesa. Ese serio bache y su victoria de ayer en Zaragoza ilustran bien lo de los tres factores.

En lo físico, la parte de fatiga debe contar poco en un Real Madrid en el que, a fuerza de las cuidadosas, y quizá demasiado generosas, rotaciones de Pablo Laso, sólo tres hombres llegan a los 24 minutos de media por partido, y nadie más llega a 20. Sí que se ha visto algo menos fresco a Niko Mirotic. Las lesiones sí que han contado, y no tanto la baja de Marty Pocius como esa espalda de Rudy Fernández, ya operada. Le ha hecho perderse unos partidos y renquear en otros.

Técnica y tácticamente, cualquier aficionado algo puesto en este deporte ha podido observar que la desconfianza -consciente o no- de Laso y de sus brillantes jugadores exteriores hacia el grupo de pívots del equipo se ha ido traduciendo, de manera cada vez más patente desde el mal trago de la Copa, en un abandono casi total del juego interior. No es ya que se renunciase a anotar por dentro -y ,de paso, a cargar de faltas al rival-, sino que los pívots no servían ya ni de postes transmisores para volver a sacar el balón a un compañero más desmarcado. Cuando eso sucede, las defensas amplían su radio de acción, se pegan a los tiradores sin preocuparse tanto por las ayudas. Y el porcentaje de acierto en el tiro del Madrid se vino abajo aparatosamente.

Los nervios de los jugadores, claro está, magnifican y prolongan los efectos de los problemas físicos y técnicos. Aunque contra el Panathinaikos ya se observó mayor tensión, más concentración defensiva, la febrilidad ofensiva prosiguió, mientras Rudy daba señales de seguir con molestias en la espalda.

Llega un partido como el de Zaragoza, contra un excelente equipo, con visos de playoffs, impecablemente entrenado por José Luis Abós y con algunas rachas terribles de acierto desde fuera, y la victoria del líder puede parecer algo oscurecida por sus ansias y precipitaciones: el factor anímico es a menudo el menos controlable. Pero el análisis físico y técnico ya ha cambiado radicalmente, y eso incide en el ánimo: ver a Rudy completar cuatro mates salvajes es como un potente analgésico colectivo. En cuanto al juego, la amenaza en el poste bajo con, ¡al fin!, Mirza Begic y como siempre Felipe Reyes fue minando al CAI y, aunque tardó en plasmarse en el marcador, permitió a los blancos liberarse en el último cuarto para correr y anotar de lejos. Así irán a Moscú con alguna posibilidad más. O bastantes.